20110508

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Entre parcelas adosadas a un camino principal, en un paisaje cultivado y particular, se emplaza una construcción maciza, fruto de una cultura productiva de los años '60 relativa a la siembra y cosecha de viñedos, y testimonio físico, tanto de las capacidades como necesidades humanas.
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En una topografía prácticamente llana, como un cordón semicontinuo, estos cuerpos cilíndricos o cubas aparecen cargados de memoria, cuyas superficies desgastadas reflejan el paso del tiempo y las transformaciones de su entorno.
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Peter Zumthor, nos dice en su libro “Pensar la Arquitectura” como construcciones que despliegan una presencia especial en un determinado lugar, producen a menudo la impresión de estar sujetos a una tensión interna, que apunta más allá de ese lugar, pero aún así, logran contraer un vínculo con lo local.
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La organización de estos elementos y su repetición, es lo que va materializando el lugar. Es así como la anatomía de los cuerpos, su proximidad, o la distancia entre ellos  revela una correspondencia entre masa y vacío, lo que  podría considerarse como uno.
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En este contexto, Richard Serra, en el libro “La Materia del Tiempo”, define que lo vacío y lo sólido se miden de igual forma, existe una relación molde-vacío que caracteriza su obra, y  se engloba en el concepto japonés  MA, que también puede entenderse como el espacio entre 2 puntos, la distancia entre soportes, la relación silencio y sonido, o simplemente una pausa entre los cuerpos.


                                                                                         Torsiones Elípticas,
                                                                                               Richard Serra.

Asentadas entre lo extraño y lo cotidiano, la instalación de 2 piezas frágiles y ligeras, dotan de nuevas cualidades materiales a este contexto monolítico, pretendiendo generar una relación de tensión con los cuerpos que están presentes. Es así como una de ellas los completa en el lugar; y la otra los extiende en el paisaje.
Este objeto atemporal no define los límites, los distorsiona mediante su posición  y su presencia  material, y en relación con él, uno percibe los volúmenes y los vacíos en el paisaje, establece una relación entre el cuerpo y el horizonte y más allá del horizonte.
Aldo Rossi, tomando como referencia la obra San Andrés de Mantua de Alberti, afirma en su libro “Autobiografía Científica” que el cambio pertenece al destino mismo de las cosas, por más que exista en toda evolución una singular permanencia. Tal vez sean esos los materiales de las cosas, de los cuerpos y, por consiguiente, de la arquitectura. Esa posibilidad de permanencia es lo único que hace al paisaje o a las cosas construidas, superiores a las personas.

                                                                                        San andrés de Mantua,
                                                                                       León Battista Alberti.
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En contradicción con esta materia sólida, concreta, surgen estas piezas diáfanas, cuya dinámica estructural no pretende ser más que la de un cuerpo que tiene transparencia, reflejo e ingravidez, y que logre crear la percepción de un vacío deformado en su entorno. Haciendo una analogía con el interés de kazuyo Sejima por la estructura, tal como lo explica en una de sus entrevistas: “La estructura es importante, más aún, su desaparición”.
El cuadro de Duchamp, “El Gran Vidrio”, es un vidrio transparente: verdadero monumento, es inseparable del lugar que ocupa y del espacio que lo rodea: es un cuadro inacabado en  perpetuo acabamiento. Imagen que refleja a la imagen de aquel que lo contempla.


                                                Instalación para el Centenario                El gran vidrio,
                                                de Arne Jacobsen, Sanaa.                      Marcel Duchamp.